Perfumes
hay de distintas clases, florales, frutales, cítricos, amaderados y así podría continuar, eso lo supe al
iniciar un empleo en el centro de Bucaramanga hace exactamente dos meses, mi primera vez como
vendedora en el centro de Bucaramanga. New one es el nombre de la perfumería, sí es apenas normal que en Colombia
la mayor parte del comercio utilice nombres en inglés para sus
establecimientos teniendo en cuenta que carecemos de una identidad propia.
Está
ubicada en la calle 33 con carrera 20, lugar reconocido no solo por su
peligrosidad sino
porque allí transitan
constantemente trabajadoras sexuales, sin embargo eso poco importa cuando se
trata de trabajar, ganar algo de dinero para para los transportes, fotocopias y
así poder seguir yendo a la universidad. Mi
jornada laboral solo abarca los
fines de semana y festivos; de nueve a
dos de la tarde la tarea es vender perfumes, recomendarlos por su tipo.
Lo primero que me dijeron es que a los
viejitos les gusta oler bastante y fuerte, entonces para estos los amaderados y cítricos serían lo
más indicados; para los más jóvenes los frescos, tener en cuenta estas
sugerencias y aprenderme los precios fue
la primera tarea para iniciar mi labor.
Mi
primer domingo en la perfumería estuvo lleno de cosas curiosas, esperar a que llegará mi
compañera para que me entregara las llaves del local provocó una situación entre bochornosa y cómica , al
lado del hotel Real la 33 esperaba yo de pie, faltaba un cuarto de hora para las nueve y mi amiga nada que asomaba su
rostro, mientras tanto impaciente me quedé en aquel sitio, sola, miraba
transitar hombres, y mujeres mientras
tanto pensaba en lo tarde que se estaba haciendo, y que al registrar la base de
la caja la hora también quedaría grabada, seguramente la dueña del local se
daría cuenta, mal comienzo, en mi primer día.
Perdida
en mi cavilaciones transcurrían aquellos
minutos que se tornaban eternos, hasta que me percaté que los hombres que pasaban por la calle se quedaban mirándome de
reojo, y poco a poco su ritmo al caminar parecía vacilar, aún no entendía el porqué
de esa actitud, pasaron unos tres hombres más y todos tenían la misma expresión de inquietud
en su mirar, hasta que uno, el más osado se atrevió a preguntarme ¿para dónde
vamos muñeca? En realidad no supe que decir, lo único que hice fue soltar una
carcajada y decirle al señor que yo trabajaba en la perfumería del frente, él
de manera muy disimulada sacó su celular miró la hora y con un gesto de
vergüenza continuó su camino rápidamente, ahí supe que quizá aquellas miradas
de los hombres habrían sido porque creyeron que yo pertenecía al famoso gremio de las trabajadoras sexuales de
aquel lugar.
Mi
compañera llegó por fin, yo aún no paraba de reírme, le comenté lo ocurrido,
ella quizá acostumbrada a las cosas más extrañas del mundo; solo me dijo: véalo por el lado amable, si
algún día decide ser una chica de la vida alegra, seguramente, tendrá clientes
fijos, pensé por un instante, y continué riendo; crucé la calle, abrí el local, registré la base y efectivamente: nueve y veinte de la mañana.
Limpiar
el polvo, trapear, encender luces, eso fue lo primero que hice, para que todo estuviera agradable a la vista
del cliente, además puse algo de música.
Mi primer cliente fue un señor muy
cordial, entrado en años, a quien le vendí un perfume que se llama Hugo Boss,
encantado por mi amabilidad estrechó mi mano y dijo que regresaría. Así transcurrieron dos horas, alguna mujer
apareció buscando el perfume más dulce que tuviera, otra señora buscando un perfume para su mamá, y así entre pequeñas y
esporádicas ventas el reloj anunciaba las once y media. Cesaron las ventas y
tuve tiempo para leer la novela Travesuras
de la niña mala de Llosa, estaba encantada con las picardías que esta mujer le hace al
personaje principal, hasta que un hombre con una botella de cerveza en la mano interrumpió mi lectura.
-¿señorita,
tiene la 300?, ese fue el saludo, al cual yo respondí: no señor, no tengo esa
fragancia.
Inmediatamente apareció una mujer en el mismo
estado o quizá peor. Este par de ebrios
preguntaban por otros perfumes y
sin más remedio tuve que atenderlos,
hasta que por fin a Chorizo,
como lo llamaba la mujer que lo acompañaba, le gustó uno.
Me
dijo - véndame ese.
Pero
aquella mujer gritó: no, no, no, ¿Ud.
disculpará niña, si traigo otros para que huelan? , sale del local y llama a
otros tres borrachos más.
En
mi mente solo, pensaba, ¿qué circo me ha tocado?
Pero
los otros, se quedaron afuera y chorizo
salió y dio a oler de su mano el perfume
que a él le había gustado. Al final terminó comprando el más pequeño por consiguiente
el más barato. No veía la hora en que estos sujetos se fueran, durante los
minutos que estuvieron frente a mí, me dediqué a sonreír, en realidad no dije
mayor cosa ni siquiera cuando el atrevido Chorizo me preguntó, ¿qué
tengo que hacer señorita, para que tener una cita con Ud.? Me dio el dinero, y
al salir estrelló la botella contra una de las vitrinas, en ese momento creí
que la había partido, pero en realidad me asomé y lo único que había era un
charco de cerveza light en el piso, el cual tuve que limpiar.
Hasta
ese momento, mi primer día estuvo lleno emociones extrañas, en definitiva
lidiar con clientes no es un asunto sencillo, ese primer domingo aprendí que
para vender perfumes se necesita más que
saber si son frutales, florales o cítricos se necesita tener
mucha paciencia y más con mi último
cliente del día.
A
eso de la una y media de la tarde había vendido bastante, sentada en la pequeña butaca esperaba que el
reloj marcara las dos de la tarde , la afluencia de personas había disminuido, y yo por fin podía continuar mi lectura, la
niña mala abandonaba por segunda vez a Ricardito Somocurcio después de una
semana de desenfreno sexual en Paris , allí iba, y de nuevo soy interrumpida por un señor,
salvo que esta vez no traía botellas de cerveza sino bolsas muchas bolsas.
Empezó a pedirme perfumes y ninguno le gustaba, yo subía y bajaba de la butaca alcanzando los distintos aromas, al
señor parecía interesarle más mi delgadez que comprar un perfume.
A
continuación contaré lo más estúpido y ridículo que escuché ese domingo: “Mi
talla de zapato es 45, en la costa dicen que así como uno tenga el tamaño del
pie tiene el tamaño de la mondá”, con esa expresión el último cliente de la
perfumería me despidió de mi primer día laboral en el centro de Bucaramanga.
Dos y media de la tarde, empaco mi libro en el bolso y me dispongo a cerrar el
local sin dejar de pensar que este día no será el último en el cual tenga que vivir cosas por el
estilo, más curiosidades vendrán para animar y desanimar los fines de semana.
Bruna
Peña